Salen del café y, sorprendidos por la lluvia, echan a correr hasta una plaza próxima en busca de algún portal donde refugiarse. Muy cerca de ellos, al doblar la misma esquina, aunque en sentidos opuestos, tropiezan un perro, diminuto, y una extraña mujer, medio calva, demasiado maquillada, quien desde el suelo parece ahora decidida a estampar la triple carrera de su media izquierda en la entrepata posterior del animal. El aullido atraviesa el cráneo de Claudio—entrando por una sien y saliendo por la otra, casi sin rozar el sistema auditivo— rebota en el asombro de Berta y vuelve a su dueño como un boomerang, mientras ya la vieja se ha levantado, corre en pos del chucho hasta atraparlo con una agilidad asombrosa y procede a regañarle, dulcemente, lanzando besitos al aire, estirando el morro, a acariciarlo e introducirlo en su gran cesto, entre varias botellas de leche, un par de lechugas, una pistola y media docena de huevos, milagrosamente intactos. La puerta en la que se apoyan los dos espectadores se abre de repente y casi caen de espaldas. La anciana y el perrito doblan por fin la misma esquina en idéntica dirección.
Tan sorprendente como el episodio resulta la reacción de la pareja: como si ante sus ojos no hubiera resbalado más que la lluvia, ahora débil, o como si hubieran sido otros los que, resguardados en el portal, asistían al espectáculo, prosiguen el camino hacia el metro limitándose a alternar vagas impresiones sobre el deterioro del barrio con nuevos e incómodos silencios que él invierte en exprimir sus recursos en busca de un modo de prolongar el encuentro. Esfuerzo en vano: casi sin darse cuenta se ve bajando las escaleras en el sentido contrario, preguntándose, una y otra vez, por qué no se he atrevido a contarle la verdad.
Gira sobre el último escalón y se lanza escaleras arriba, hacia el otro andén, donde ella ya no está. En ese momento comprende que debe dejar la ciudad lo antes posible.
Gira sobre el último escalón y se lanza escaleras arriba, hacia el otro andén, donde ella ya no está. En ese momento comprende que debe dejar la ciudad lo antes posible.
6 comentarios:
No termino de entenderlo...
Este 35 se leerá antes que el 36, supongo. y el 36 es el final? Termina con el guardaagujas de raido pero impecable uniforme.
Estoy un poco espeso por ser lunes pero agradecería explicación.
Es lo malo de ser torpe.
Hola, futuro bloguero
Estás en lo cierto: la narración es hacia atrás, así que este último capítulo precede al 36. Lo que ocurre es que el pianista es un liante y decidió dejar el final del relato abierto. O quizás no tanto... Bueno, ya veremos como acaba la cosa.
¡Pero bueno! Esto es un torpedo hacia la´línea de flotación de mi piano pirata, querido Pierrot le fou! Pero si, el relato quedo abierto...o cerrado, quén sabe. Ya veremos cuando lleguemos al 1.
oye yque había en la saca???
A saber que ha hecho Claudio, para acabar en el 36 deambulando como una peonza ¿por qué es Claudio el que deambula en el 36 no? uys que lío!
Pierrot, no lances pelotas fuera y aclara el pollo que teneis liado.
De todas maneras, este capítulo está un poco espeso. Quizá como yo.
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