viernes, 7 de septiembre de 2007

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Aquel martes debía de ser como otro martes cualquiera.

No en vano, después de deambular como una peonza por los más variopintos oficios y lugares había ido a dar con sus huesos a un viejo apeadero entre las montañas del oeste. Allí, y tras mendigar cuatro harapos, alimentarse de bayas y otras frutas silvestres, dormitar un día en un abrigo de monte, otro en una vieja caseta abandonada, otro más en algún cobertizo sin candado, terminó por ablandar el corazón de una parroquiana que, a cambio de cortarle el césped o arrancarle las malas hierbas de su huerto de frutales, le gestionó el encargarse de las chapucillas del apeadero. Allí, se puso a las órdenes del anciano guardaagujas que persistía en no retirarse pese a su avanzada edad y sus múltiples achaques. Aquel hombre de raído, pero impecable uniforme de ferroviario, le pedía engrasar las atrotinadas bisgras del almacén, ajustar la trompa del tanque de aguas o cambiar las cuerdas donde enganchaban los sacos postales casi vacíos que dejaban los trenes de largo recorrido. Junto al apeadero había un almacén en desuso donde en su día se guardaban las herramientas y materiales con los que se construyó lo que todos llamaban la estación. El guardaagujas le dio permiso para usarlo como vivienda y, tras adecentarlo un poco y pintarlo de un chillón, pero hasta cierto punto hermoso color naranja pasó a morar allí. Con lo que ahorró, comprose ropas resistentes y sencillas y unos visillos para las ventanas.


Así, la vida marchaba tranquila, con tres trenes de largo recorrido al día, algún que otro local que paraba o no, más bien no, y unos imprevisibles convoyes de mercancías que contaban no menos de veinte coches por convoy.
Aquel martes despertó al alba, antes de que el tímido sol le diera ese aire cálido a su casita naranja. En el gancho de las sacas de correo vio un enorme bulto colgado. Le extrañó, porque nunca recibían más de diez o doce cartas las pocas veces que dejaban correo.
Entre extrañado y curioso, se acercó a descolgar la bolsa.

(Continuará)

4 comentarios:

Manuel de la Rosa -tuccitano- dijo...

...desde lejos...le pareció que la saca se movía, no podía ser, "serán figuraciones mías" y efecto de la densa niebla y la poca visibilidad del alba...conforme se acercaba varios pensamientos pasaron por su pensamiento...pero aquel bulto se movía...¿será el maldito gato del viejo? ese que maullaba sin parar desde bastante antes que la luz del alba despuntara.....y paso palabra

María dijo...

¿puedo hacer una observacion? A mi me ha costado un poco leer el texto... hay varias palabras bonitas pero que se atascan al leerlas. Bueno, ahora lo releo y no se me atsca tanto. Pueden ser varias cosas, puede ser: que yo tenga un dia lento y por eso me cueste leer palabras como: "hombre de raído", "atrotinadas", "comprose"... (mientras que las escribo pienso que si, que seguro tengo un dia tonto); otra cosa que puede pasar es que al ser el fondo negro y la letra blanca cuesta un poco más leerla ¿puede ser?... no sé. El caso es que me he atascado varias veces en el primer párrafo.

Sin embargo ¡¡cómo me gusta el segundo párrafo!!. Me gusta eso de "Aquel martes despertó al alba, antes de que el tímido sol le diera ese aire cálido a su casita naranja."

Bueno preguntaría más cosas... pero igual se me veta la entrada! jajaja

Me encanta la idea de escribir un relato, una novela... lo que salga entre mucha gente!! animo! yo, con vuestro permiso, os iré leyendo de vez en cuando!!!

Anónimo dijo...

hiya


Just saying hello while I read through the posts


hopefully this is just what im looking for looks like i have a lot to read.

Nodisparenalpianista dijo...

Esto lo puso Dulcinea, que tirando basurillas, me lo he cargado sin querer:

"Es un texto muy sugerente. En el bulto que se mueve yo esperaría encontrar un bebé. Un niño que trastoque -para bien- la reciente estabilidad del protagonista."

Tal y como consta y transcrtibo:

"Publicado por Dulcinea para El final de la cuenta atrás a las 20 de octubre de 2007 23:00"