viernes, 25 de abril de 2008

30


Al salir tuvo que mirarla dos veces para reconocerla. De hecho, la habría mirado tres veces. Más. Unas cuantas más. La chica de la panadería era ahora la mujer que cruzaba la calle. Y vio su paso decidido, firme y seguro mientras martilleaba los adoquines con unos tacones que en cualquier momento iban a atravesarlos. Hola.

Callejearon confundiéndose entre las sombras hasta que se detuvo frente a una puerta metálica. Llamó suavemente. Un hombre más bien enclenque subió la persiana e hizo ademán para que entrasen. Casi ni se fijó el él, era mayor, no supo más. Una sala vacía y una puerta. Al pasar se encontraron en una especie de salón, con unos sofás, una mesa redonda, como de cartas y una vitrina con bebidas. De haber sido más sórdido, hubiese pensado que estaría en un bar cklandestino, Pero aquello era tan hogareño que sólo le faltaba la abuelita haciendo punto en la mecedora. Mientras se fijaba en los detalles, tapetes, un trofeo viejo y un daguerrotipo de un soldado, tomó asiento y cogío el vaso que le tendió la panadera. Cómo te llamas, le preguntó. Ella le miró fijamente y se sentó frente a él. Pronto llegará mi amigo. Y cruzó las piernas y se quedó callada. No supo que decir. Ya no recordaba cómo sabía lo dulce.

Un hombre de pelo corto y entrecanoso entró por la parte interior. ¿Es éste? La oriental se puso de pie, les sirvió unas copas y se marchó. Si hubiese sido la dulce panadera, tal vez la habría seguido con el sueño y la mirada, pero en realidad, sintió cierto alivio al verla irse.
Tengo algo que te interesa, le dijo el rubio abriéndose la chaqueta. Y puso un fajo de billetes sobre la mesita, en el tapete. El blanco del hilo contrastaba con los billetes sucios, la goma vieja. Lo miró. Mi salvación, se dijo. Y mi condena, se respondió. Es sencillo. Tú me haces un favor y yo me alegro. Te lo agradezco y nunca más nos volveremos a ver. Porque si nos encontramos de nuevo, te enseñaré mi placa, sacaré mi arma y te dispararé antes de que abras la boca. Son cosas que podemos hacer los polis, tú ya me entiendes. Le entendió.

Y le explicó lo que podría hacer por él. Necesitas un corte de pelo, y tal vez comprate ropa nueva. Pero es cosa tuya. Conozco un buen barbero. Deberías ir mañana, a las siete, no más tarde. Aféitate, date un masaje, córtate el pelo, como si fueses un hombre decente, ¿no me ves? es otra cosa, ya sabes. Podrás leer el periódico, ver revistas de chicas, hablar de beisbol, las cosas de los barberos.
¿Me va a dar ese fajo por afeitarme? Y esperó la segunda parte. Róbale, mátalo, ataca a un cliente. ¿Pero, por qué tenía que afeitarse?

El policía salió un momento de la sala, por la puerta interior, la misma por la que se habá ido la filipina. Todo estaba en silenco. ¿Y ahora? A esperar, supuso. Bueno.
No se te ocurra desaparecer, chico, oyó muy cerca. No le había visto entrar. No se te ocurra largarte con la pasta caliente. Es tan aburrido perseguiros. Y demasiado sucio mataros. Hazme ese favor, amigo. tan de cerca se pudo fijar en sus arrugas. Y las cicatrices. Y las quemaduras.

¿Usas loción? Bueno, es evidente que no. La filipina te dará un tarro. Eres un tío listo. Cuando termines, hazte con la navaja e impregnada con el ungüento del bote. Procura no tocarlo si quieres conservar los brazos. Paga, sal de allí y no vuelvas. Luego vete al sur a pasar unos días en el campo o en la playa, baila con chicas bnitas y olvídalo todo. ¿Me has entendido?
Si, si, perfectamente.
Entonces se puso de pie y se le sentó al lado. Y se lo repitió todo. Cuando le dijo que debía de afeitarse le dio un cachete entre simpatico y amenazante. Cuando le dijo que no tocase la pócima si quería conservar sus brazos le advirtió: no es una broma. Vale ese fajo. Si sabes aprovechar tu oportunidad, podrás empezar de nuevo.

Y tranquilo, chaval, lo puedes hacer. Ahora ve a distraerte un rato ¿Tienes alguna amiguita? ¿Juegas a las cartas? Te pued indicar dónde hay una buena timba. Ya sabes, los policías sabemos de estas cosas. No acertaba a decir ni pío. Mira, le anotó una dirección. Podrás jugar hasta la hora que quieras, mientras te quede dinero. Pero mo quiero que te gastes tan pronto lo del trabajo. Toma, y le tendió unos billetes más. Dale esta carta al hombre de la camiseta de tirantes. Es un amigo, te tratará bien. Pero no la abras y no la pierdas.