jueves, 7 de agosto de 2008

25

Muchos se preguntan qué es lo que harán al salir de la cárcel. Pues lo de siempre. No, no, lo primero, lo primero de todo.
Unos dicen que ir a echar unos dados, otros que unos tragos, muchos que ir a ver a una amiguita, alguno que ver a sus hijos, los más, volver a esconderse de las cuentas pendientes, hay de todo. El austral siempre dice que él nunca mirará atrás, pero siempre nos cuenta lo de los aviones y lo de siempre.

Muchas veces me he preguntado qué será lo primero que haga. Supongo que mirar al cielo por si va a llover. Y si va a llover, me iré a comprar un paraguas, o, mejor, una gabardina. Las gabardinas son elegantes y les dan prestancia a quien las lleva. Yo soy un presidiario y eso se conoce a la legua. Con una buena gabardina, tal vez pase por alguien honorable. La gente ordenada tiene gabardinas. Creo que sería una buena idea comprarse una gabardina, pero creo que tendré que emplear bien mi dinero, al menos, hasta que tenga algún trabajo o algún asunto. Los asuntos antes me han traído problemas, pero mi suerte ha de cambiar.

Y tendré que llevarle el paquete a mi tía, si quiero salir bien parado de ésta. Mi tía hacía dulces.

El olor aquel de los dulces antiguos. Ni el olor de la humedad, ni el olor de los barrotes de metal, ni el olor a orines de las letrinas, ni el olor a grasa y a madera quemándose de la serrería, ni el olor del desinfectante de la lavandería, ni el olor del sudor de los negros que juegan al béisbol, ni el olor de la naftalina cuando nos dan el uniforme nuevo, ni el olor de la ropa vieja que me tapa por las noches, ni el olor a medicamentos de la enfermería, ni el olor de las bolsas de lona cuando se llevan a alguno de la enfermería. Nada de todo eso me ha borrado el olor, el dulce perfume de los dulces antiguos.

Antes de ir dónde mi tía, creo que no podré evitar comerme algunos dulces como aquellos antiguos.