domingo, 14 de octubre de 2007

33

Lamentó haber comenzado aquella maldita partida. Pero sabía que al final le sonreiría la suerte. Así había sido desde que recordaba, en aquel sórdido orfanato, donde el Pelirrojo se sorbía los mocos y un niño de extraño hablar le enseñó a hacer juegos de manos con la navaja.
No hay que distraerse.



Observó a los otros jugadores. Sobre la mesa, el poco dinero que le quedaba tras tres años en el penal. Lo que pudo coger antes de salir empacado en un saco de ropa sucia. Hasta mañana, cuando tiene que encontrarse con su otro compinche de fuga, qué mejor inversión que unas partidas para hacer tiempo y, tal vez dinero. Nos veremos en el café de la Plaza del Mercado. Mañana y si no, en días alternos, durante dos semanas. Si no nos encontramos, algo habrá pasado. De acuerdo. Eso dijeron antes de preparar la tercera saca, con el botín que le habían robado al mayor sicario y contrabandista del penal, para enviarla a un lugar seguro, donde se la repartirían y podrían volve a comenzar.



Ahora estaba con sus pocas fichas, unas malas cartas y demasiado distraído como para apostar fuerte y acorralar a sus tres compañeros de partida.
Jugó, descartó y volvió a perder. ¿Y ahora?
El hombre de la camiseta de tirantes se quitó el palillo de la boca. Lo dejó junto al vaso de coñac y se metió una mano en el bolsillo. Se movía muy lentamente, hasta que se hacía el silencio en la pequeña habitación.
Te pagaré para que puedas seguir jugando. Lleva este papel y échalo en el buzón que te indico, antes de las seis de la mañana. A cambio, juega un rato más, dijo tendiéndole tres fichas azules y seis o siete rojas.



En aquel momento se dio cuenta de que su suerte había cambiado. Que se terminó su buena fortuna y que a partir de entonces, debería esquivar por si mismo cada balazo de la vida.
-¿Puedo tomar otra copa?- fue lo único capaz de articular.
A un gesto del hombre de la camiseta, una de las coristas le llevó un trago más, con olor a derrota, perfume barato y sueños que jamás se iban a cumplir.
Y jugó.

Sentado en el portal, contó lo menos ocho veces el dinero que había ganado. Aún sentía calor en el cañón de su automática. Era una forma un tanto sucia de terminar la partida, peor al final lo que importaba era la victoria. Cuando escuchó los pasos, se tumbó en un rincón, junto a uno de los vagabundos que allí dormían. Pudo contar los tactac de los tacones de la mujer que subía hacia los apartamentos. Reconoció aquel perfume y hasta pudo intuir su alivio mezclado de tranquilo terror, el mismo que reflejaron sus ojos al salir del cuartucho donde yacían los tres jugadores tiroteados. Volvió a leer.
“Mañana a las doce. En la plaza y a la sombra. Ten cuidado. Claudio”

Entonces comprendió lo que había oído decir al viejo barbero antes de que le indicase dónde jugar una buena partida.-Tengo que avisar a Claudio –se dijo mientras echaba la nota en el buzón y salía corriendo de aquel portal de sus desdichas.

2 comentarios:

Paco Becerro dijo...

Gracias por los reclamados puntos y aparte.

Me cuesta pero sigo sin aclararme. O dicho de otra manera, que no consigo engancharme pero lo intento.

Os doy otras treinta oportunidades, bueno, treintaidos.

si no, lo dejo.

Anónimo dijo...

"...cada balazo de la vida..."

qué expresión, tan llena de matices, tan rica. En realidad, todo el capítulo. A quien haya escrito este capítulo, vaya mi enhorabuena.