Es una chica muy bonita, le comentó el viejo tuerto de la gorra de cuadros. Al hablar, le torcía el gesto por el ojo malo, y aquello le heló la sangre.
Como cuando supo de su ruina, cuando tropezó al salir corriendo de aquel banco, cuando trató de ponerse de pie, cuando alguien le agarró de la manga, cuando trató de zafarse, cuando amenazó con el arma descargada a un conductor para robarle el auto, cuando el conductor sacó de su sobaquera un revolver y le dijo tira el arma y arrodíllate o te vacío el tambor antes de que pestañees, cuando supo que su suerte era mala, mala, muy mala, cuando descubrió que de todos los conductores tuvo que toparse con un expolicía retirado por un balazo mal soldado en su tibia, aficionado al tiro y campeón ocho años consecutivos del certamen de tiro del Estado, para policías y militares en activo y retirados.
Porque está esperando a la china, ¿verdad? Y le guiñó el ojo bueno.
Lo último que haría sería volverme a meter en líos. Pero la promesa de un saco de buena suerte, un fajo de billetes como mi brazo y sus ojos rasgados acababan de hundirme.